martes, 23 de octubre de 2012


El personal de la mezquita

El personal se dividía entre los que tenían funciones religiosas y los que estaban encargados de las tareas domésticas o de mantenimiento. En tiempos de Almanzor, dicen las crónicas, había en total 159 personas al servicio de la mezquita aljama de Córdoba. El personal religioso está compuesto por un imán, un jatib, varios almuédanos y los lectores del Corán o mucríes.

El imán es el jefe o guía de la oración, para lo cual se coloca delante de la primera fila de orantes, junto al mihrab y el almimbar. Se trata de un personaje cultivado en materia de religión y con una excelente reputación de hombre piadoso. Es elegido por el califa, que es el imán supremo.

El jatib es el predicador, aquél que pronuncia el sermón. Se coloca en pie sobre el almimbar con un bastón en la mano, símbolo de mando heredado del profeta Mahoma. El sermón o jutba es pronunciado en la oración de los viernes a mediodía y en algunas festividades especiales. Se pronuncia en nombre del califa y contiene proclamas religiosas e incluso políticas.

Los almuédanos se turnaban en la labor de llamar a la oración a los fieles cinco veces al día. Para ello subían a la terraza superior del alminar y gritaban dos veces seguidas una serie de fórmulas religiosas: «Alá es más grande, testifico que no hay más dios que Alá, testifico que Mahoma es el enviado de Alá, venid a la oración, venid a la salvación, no hay otro dios sino Alá». Estas personas, dotadas de una voz potente, debían estar muy atentos a las horas precisas de cada oración. Los viernes también se colocaban almuédanos en las puertas de la aljama para hacer una segunda llamada y prevenir a los fieles del inicio inmediato del oficio.

Los lectores del Corán se encargaban de recitar las suras del Corán en las festividades religiosas y las noches de Ramadán, el mes de ayuno.

El personal de servicio o los «domésticos» (qawama) de la mezquita se ocupaban de mantenerla limpia y de su vigilancia. Tenían que barrerla, sacudir las esteras o alfombras y sustituirlas cuando fuese necesario; los faroleros tenían que lavar los candiles o lámparas y rellenarlos de aceite, reponer las velas y, además, encenderlos y apagarlos; los porteros y vigilantes cuidaban del orden en el interior y guardaban las puertas y el tesoro. Además, había en plantilla albañiles para reparar lo que hiciera falta en la mezquita y en las salas de abluciones. Cerca de la mezquita existía una Casa de los Qawama.

Un edificio que crece: etapas

Cuando hoy nos introducimos en la Mezquita de Córdoba contemplamos doce siglos de arquitectura que transcurren entre la etapa inicial de ‘Abd al-Rahman I en el siglo VIII, la reconversión del edificio en iglesia tras la conquista de la ciudad por Fernando III en 1236, las obras de las dos catedrales y múltiples capillas erigidas en su interior, y los trabajos de restauración y recuperación realizados entre los siglos XIX y XX.

Si por un momento nos olvidáramos de las obras cristianas que han transformado el monumento desde el siglo XIII, e imaginásemos una visita al edificio durante los primeros años del siglo XI, contemplaríamos una gran mezquita fruto en gran medida de cinco etapas constructivas muy bien diferenciadas. ‘Abd al-Rahman I inicia hacia el año 786 la sala de oración sobre la basílica visigoda de San Vicente. Constaba de once naves perpendiculares al muro de la alquibla, el cual se encontraba orientado hacia el sur. La muerte del emir en 788 obligó a su sucesor Hisham I a terminar el proyecto comenzado, y entre otras obras se encargó de erigir un primer alminar.

La importancia que iba adquiriendo la ciudad de Córdoba hizo que la mezquita se quedase pequeña, por lo que ‘Abd al-Rahman II decide ampliarla continuando el desarrollo de las naves hacia el sur, y por ello fue necesario tirar el muro de alquibla del siglo VIII. La nueva obra fue inaugurada en el año 848, aunque el hijo del emir, Muhammad, y sus nietos Al-Mundhir y ‘Abd Allah, se encargarían de realizar los remates necesarios (restauración de la puerta de San Esteban, construcción del Sabat o pasadizo que unía el edificio con el palacio califal, etcétera.)

Abd al-Rahman III, el primer califa de Córdoba, no amplió la sala de oración pero sí se ocupó de la zona del patio o sahn, que amplió de forma significativa y en su flanco norte, en el año 951, construyó el gran alminar, obra paradigmática de todo el Islam de Occidente. Además reforzó el muro de la sala de oración que comunicaba con el mencionado patio.

Al-Hakam II será el responsable de la etapa más brillante y famosa de la mezquita, cuya sala de oración amplía nuevamente hacia el sur, por lo que una vez más es necesario derribar el muro de la alquibla anterior. Las obras transcurrieron principalmente en la década de los sesenta del siglo X, y la parte construida constituye la parte más rica y monumental de todo el edificio, en la que destacan las cúpulas y los celebérrimos mosaicos bizantinos empleados en la decoración.

A partir del año 987, en tiempos del califa Hisham II o, mejor dicho, bajo el gobierno del dictador Almanzor, se da comienzNegritao a la última y más grande ampliación del edificio. Debido a que ya no era posible avanzar el muro de alquibla hacia el sur por la proximidad del río Guadalquivir, se optó por agrandar toda la mezquita (sala de oración y patio) hacia el este, mediante la introducción de ocho nuevas naves. A pesar de la envergadura de los trabajos realizados, éstos resultan monótonos y repetitivos, y hallamos en ellos escasas novedades constructivas y ni mucho menos la riqueza de la etapa anterior.

Abd al-Rahman I el Inmigrado

‘Abd al-Rahman fue el primer emir omeya de al-Andalus. Llegó a la Península Ibérica en el año 755, donde pudo al fin establecerse. Había escapado en 750 de la matanza de su familia en Damasco por los partidarios de los abbasíes, los nuevos califas instalados en Bagdad. Cuando llegó aquí, el territorio estaba gobernado por delegados del califa de Oriente. Junto a la población local, aún mayoritariamente cristiana, estaban los componentes del ejército musulmán, árabes y beréberes.

‘Abd al-Rahman desembarcó en la costa granadina, y después de ganarse el favor de las tropas y vencer algunas resistencias, fue reconocido emir de al-Andalus. Córdoba era por entonces la capital y en su mezquita aljama, un edificio pequeño y modesto, la vieja basílica visigoda, fue reconocido por el pueblo como imán o guía religioso de la comunidad. El flamante emir omeya no podía, sin embargo, someterse a los califas abbasíes de Oriente, aquéllos que habían matado a su familia y le habían arrebatado el califato. Por eso se declaró emir independiente. El siguiente paso era construir su propio Estado y, cómo no, fundar una gran mezquita aljama en la capital, símbolo del renacimiento de su dinastía y lugar de oración de todos los musulmanes de Córdoba. La añoranza de Damasco siempre estará presente en las acciones de ‘Abd al-Rahman I, hasta el punto, cuentan las crónicas, de construir una almunia o residencia en el campo que llamó Rusafa, como la de Siria, y donde plantó una palmera para que le recordara su lejana tierra. Murió en 788, tras lo cual subió al trono su hijo Hisham I.


Abd al-Rahman II



Nacido en Toledo en el año 792, tomó las riendas del emirato omeya treinta años después, al morir su padre al-Hakam I. Su gobierno se extiende hasta 852 y constituye un período de gran apogeo cultural en el devenir de la historia de al-Andalus, e incluso no faltaron cristianos que como Eulogio alabaron su política. Además de pacificar sus territorios, de ser un gran estadista y de saber organizar todo el aparato de la administración tomando como modelo el oriental, fue un constructor entusiasta, realizándose bajo su gobierno importantes obras en Mérida, Jaén, Sevilla, Murcia, etcétera.

Durante el emirato de ‘Abd al-Rahman II la ciudad de Córdoba recibió un gran impulso: se arreglaron calzadas, su mezquita aljama fue ampliada y restaurada, al igual que el alcázar, y se condujo a ella el agua corriente desde la sierra, la cual fue incluso utilizada en una gran fuente decorativa erigida junto al palacio omeya. Así mismo llegaron a la capital libros, maestros y músicos de Oriente que permitieron el florecimiento de la cultura y el arte cordobeses.

Abd al-Rahman II (822-852) decide construir la primera ampliación de la mezquita aljama de Córdoba. Aunque intervino en la obra de su bisabuelo ‘Abd al-Rahman I mediante la introducción de naves laterales en alto destinadas al rezo de las mujeres ante el crecimiento poblacional que había experimentado la ciudad, finalmente se vio que el tamaño de la mezquita era insuficiente para toda la población cordobesa y decidió aumentar el espacio de oración.


La solución adoptada fue la de derribar el primitivo muro de la alquibla, perteneciente a la construcción del siglo anterior, y continuar las arquerías y las naves anteriores hacia el sur en una longitud de 26 metros aproximadamente.

El esquema constructivo ejecutado fue similar al que ya se realizó en la primera parte del edificio, es decir, la utilización de columnas sobre las que apoyaban pilares y arcos de medio punto, y entre ellos se introdujeron los arcos de tirante o entibo de herradura, para dar mayor estabilidad a toda la estructura. Igualmente asistimos a la utilización de material de acarreo (fustes de columnas, capiteles, cimacios) tomado de edificios anteriores (siglos I-VII) romanos e hispanovisigodos, y las columnas de mayor belleza fueron reservadas para la zona más noble, es decir la que precede al mihrab.

Las obras fueron a buen ritmo y el nuevo edificio con su mihrab concluido pudo ser inaugurado durante la jutba o discurso del viernes, el día 12 de octubre del año 848.

El hijo de ‘Abd al-Rahman II, Muhammad I, fue el encargado de rematar el proyecto de su padre, finalizó la decoración y restauró partes de la mezquita antigua, y en especial la famosa Puerta de San Esteban, de los Visires o de San Sebastián, como también es conocida, tal como evidencia la inscripción cúfica que aún se conserva en su tímpano, donde se alude al año de 855/56.

Jueces y maestros

Ambas actividades se desarrollaban en el interior de la mezquita aljama en las horas en que no había oración.

El cadí o juez mayor de la ciudad, nombrado por el califa, tenía su sede en la mezquita mayor. De esa manera se aseguraba que todo musulmán tuviera acceso a la justicia. Habitualmente se sentaba en un lugar próximo al almimbar, ya que determinados juramentos sólo eran válidos si se prestaban junto a la alquibla y el mihrab. Allí celebraba sus sesiones, asistido por magistrados menores y ujieres. El cadí también se encargaba de custodiar el tesoro de habices guardado en la mezquita.


En el siglo X, Córdoba era la capital del saber en al-Andalus y una de las de mayor reputación en el mundo islámico. De la misma forma que los andalusíes viajaban a Oriente en busca de saber, algunos orientales acudían a Córdoba a escuchar las enseñanzas de maestros famosos. Había en la ciudad ricas bibliotecas, como la espléndida de al-Hakam II en el alcázar. Se decía que cuando un sabio moría, sus libros eran llevados a Córdoba, mientras que si lo hacía un músico sus instrumentos eran enviados a Sevilla.

Precisamente la mezquita aljama de Córdoba era el centro de estudios superiores de más renombre, algo así como la mejor universidad de la época. Allí se encontraban los maestros más célebres en todo tipo de materias, tanto religiosas como científicas, desde la teología y la jurisprudencia hasta la medicina o la aritmética, pasando por la literatura y la poesía. Cada sabio se sentaba en un lugar de la mezquita, a veces en un rincón o en las galerías del patio, apoyando su espalda en la pared o en una columna; a su alrededor se formaba un corro de estudiantes que escuchaban cada día sus enseñanzas. El maestro se encargaba de transmitir las obras que él mismo había escuchado de boca de sus autores o de otros maestros, tanto en al-Andalus como en Qayrawan, El Cairo, Medina, Damasco o Bagdad. Para ejercer la docencia tenían antes que obtener de sus maestros un título o licencia llamado iyaza.

En las galerías del patio también se podían encontrar escuelas coránicas para los niños, que aprendían a leer con el Texto Sagrado. Se recomendaba situarlas en el patio por el bullicio que conllevaban.

Las mujeres en la mezquita




Las mujeres también acuden a la mezquita para la plegaria de los viernes a mediodía y a la que se celebra en las grandes fiestas religiosas. Según los ulemas y los alfaquíes, los sabios en materia de religión, no es recomendable que las filas de las mujeres y las de los hombres se mezclen. De acuerdo con la Tradición, el profeta Mahoma dijo: «Alejad el aliento de los hombres y de las mujeres». Por eso éstas suelen situarse detrás de los hombres. Así, en la mezquita cordobesa las mujeres rezaban en unos espacios reservados situados en las galerías del patio o en las naves extremas de la sala de oración.


Para entrar utilizaban asimismo unas puertas determinadas. Seguramente esos lugares estaban acotados mediante celosías de madera, preservándolas de las miradas de los hombres. Esto hacía que dichos recintos fueran particularmente discretos por lo que también eran usados, cuando no estaban ocupados por ellas, para labores de enseñanza o de retiro espiritual.

Las mujeres en todo caso participaban activamente en la vida religiosa y cultural de la ciudad. Las de posición social más alta hacían numerosas obras piadosas, entre las que estaban la fundación de mezquitas de barrio, hospitales o escuelas. Había muchas dedicadas al estudio, incluso a la enseñanza, y a hacer copias del Corán, donando después los manuscritos a las mezquitas. Con frecuencia, tras la oración, las mujeres se acercaban hasta los cementerios para rezar sobre las tumbas de sus familiares.

Trabajos de ‘Abd al-Rahman III
En 929 ‘Abd al-Rahman III fue nombrado califa en la mezquita aljama de Córdoba, diecisiete años más tarde de acceder al trono. Mediante esta proclamación como máxima autoridad religiosa y política se equiparaba a los califas abbasí de Bagdad y fatimi de Qayrawan.

El primer califa de Córdoba estuvo muy preocupado por el mundo de la arquitectura, pero sus mayores esfuerzos fueron dirigidos a la ciudad palatina de Madinat al-Zahra fundada por él entre 936 y 940. A pesar de ello también fue importante su intervención en la mezquita aljama de Córdoba, especialmente en el patio.


Debido a la ampliación de ‘Abd al-Rahman II, la sala de oración quedó muy desproporcionada respecto al antiguo patio del siglo VIII, proyectado para la primera mezquita. Se procedió a derribar parte del mismo para continuarlo hacia el norte, por lo que se tuvo que tirar el antiguo alminar de Hisham I; además fue necesario reforzar el muro de entrada de la propia sala de oración desde el patio, ya que peligraba su estabilidad ante el empuje de las arquerías de su interior.

La obra más emblemática de‘Abd al-Rahman III fue la construcción del gran alminar, que superaba los cuarenta metros de altura, en el flanco norte del mencionado patio en el año 951-952. Todavía se conserva en parte, dentro de la estructura del campanario, realizado en los últimos años del siglo XVI por Hernán Ruiz, y puede contemplarse tras el hueco de las campanas al estar pintado de rojo intenso. Se articula mediante la unión de dos escaleras que se desarrollan cada una en torno a su machón central; una servía para subir y otra para bajar, por lo que nunca se encontrarían dos personas en sentido contrario. Hoy conocemos muy bien cómo era, no sólo por conservarse en parte sino por las imágenes antiguas que tenemos de él en escudos, sellos, dibujos, etcétera, y el minucioso estudio realizado por don Félix Hernández.




Respecto a su alzado presentaba dos cuerpos, provistos de arcos de herradura en todos sus lados, y en su parte superior se hallaría el yamur o las tres manzanas típicas que se repiten en tantos y tantos alminares.

Al-Hakam II

Continuó la labor de su padre ‘Abd al-Rahman III en la construcción del Estado califal. Al-Andalus era, a mediados del siglo X, una potencia mediterránea cuyo único enemigo fuerte era el Egipto fatimí. A la capital llegaban embajadas de Bizancio, de los emperadores otónidas, de los reinos cristianos del norte de la península, de los jefes beréberes del Norte de África. En sus puertos comerciales se intercambiaban mercancías de todo tipo y origen. Córdoba y, en menor medida, otras ciudades andalusíes eran grandes centros culturales y artísticos.


Al-Hakam era una persona erudita y amante de los libros. Su biblioteca fue una de las mayores conocidas en la Edad Media. Durante la construcción de la ciudad palacio de Madinat al-Zahra’, comenzada por su padre, el todavía príncipe se encargó de dirigir los trabajos. Después, siguiendo el programa constructivo de aquél, que había levantado un nuevo alminar y ensanchado el patio, al-Hakam, ya como califa, emprendió una nueva ampliación de la mezquita aljama de Córdoba. Para ello reunió a los arquitectos cordobeses y fue con ellos hasta la mezquita para trazar los detalles de la construcción.

Dicen los cronistas que algunos alfaquíes pidieron que se aprovecharan las obras para corregir la orientación de la alquibla, demasiado al sur. Las gentes de Córdoba se opusieron porque aquello significaba romper con la tradición, así que al-Hakam respetó la dirección de la venerada mezquita de ‘Abd al-Rahman I. Cuentan igualmente esos textos que, una vez acabada la ampliación, las gentes de Córdoba, al ver tanta riqueza, se negaron a entrar en ella a rezar. Sospechaban que se había utilizado dinero de procedencia ilícita en su construcción. Al-Hakam tuvo que jurarles junto a la alquibla que sólo había usado el quinto del botín tomado a los cristianos, como habían hecho sus predecesores. Para el mantenimiento del edificio, el califa hizo también numerosas donaciones.

La ampliación de al-Hakam II

En la década de los sesenta del siglo X, al-Hakam II (961-976) realiza la ampliación más importante de la Mezquita de Córdoba, la más cantada por cronistas y poetas. A él debemos la construcción de la zona más rica, e internacionalmente conocida, de la aljama cordobesa. Seguramente no exageraremos al afirmar que al entrar en esta parte del edificio contemplaremos las imágenes más famosas de la arquitectura medieval española, sólo comparables a las que nos ofrecerá cuatro siglos más tarde la Alhambra de Granada y en especial su Patio de los Leones.


Al-Hakam II siguió el mismo planteamiento realizado por ‘Abd al-Rahman II en el siglo IX para aumentar el edificio, ya que derribó el anterior muro de la alquibla y alargó hacia el sur las naves en casi cuarenta metros. Aunque básicamente se observa la misma estructura de las arquerías ya existentes, serán muchas las novedades introducidas. Llamará la atención la utilización de grandes pantallas de arcos entrecruzados, que constituyen verdaderos muros colgados que funcionan como soporte de las cúpulas erigidas en las partes más nobles de la ampliación. Destaca sobremanera la riqueza decorativa de toda esta parte del edificio, por la decoración vegetal, geométrica y epigráfica que aparece en arcos, zócalos e impostas, por el empleo de ricos mosaicos bizantinos que exornan toda la zona del mihrab, por la utilización de arcos polilobulados, por el uso de la pintura decorativa, por la exuberancia ornamental de la techumbre de madera, de la que se encontraron piezas originales y que, aunque renovada, repite los modelos antiguos, ya que se encontraron partes originales, etcétera.






Especial protagonismo adquieren las cúpulas de arcos entrecruzados en la ampliación de al-Hakam II, cuya introducción no cabe duda de que va más allá de lo puramente decorativo, ya que siempre aparecen en ámbitos vinculados con lo sagrado y el poder.

Respecto a lo que sucedió en las etapas anteriores del edificio, ahora apenas se recurre a la utilización de materiales de acarreo tomados de construcciones anteriores puesto que los talleres califales fueron capaces de elaborar todas las piezas necesarias. Aparecen los famosos capiteles de pencas, capiteles que han sufrido un proceso de abstracción y esquematización respecto a los del mundo romano y visigodo.

La ampliación de al-Hakam II constituye en sí misma una mezquita dentro de la totalidad del edificio, era la culminación del arte omeya en España y la expresión del esplendor del poder del califato frente a las etapas previas de época emiral.

Entrada a la mezquita califal y la Capilla de Villaviciosa


En el inicio de la nave central de la ampliación de al-Hakam II, donde se hallaría el mihrab de la etapa de ‘Abd al-Rahman II, fue construida la Cúpula de Villaviciosa. Ésta marcaba el inicio de la vía sagrada que culmina en el nuevo mihrab. Al ser conquistada la ciudad por Fernando III, en 1236, será en este mismo lugar donde se instale la primera catedral cristiana, lo que denota la importancia de toda esta zona del edificio.

Antiguamente se pensaba que junto a la Cúpula de Villaviciosa hubo otras dos que la flanqueaban por sus lados este y oeste. Aunque esta suposición de las tres cúpulas centrales de entrada a la ampliación de al-Hakam II ha sido desechada por los especialistas, el estudio pormenorizado de toda esta parte de la mezquita nos llevó a volver a plantear la hipótesis antigua, pero por caminos distintos.

Es muy sintomático que la entrada a las once naves de la ampliación de al-Hakam II se realice por grandes arcos de herradura, y casualmente la embocadura de las tres naves centrales es diferente a las restantes. La nave central presenta en su entrada un gran arco de herradura trasdosado por otro de veintiún lóbulos, y las dos naves adyacentes tienen en su inicio un arco de once lóbulos. Es evidente, por lo tanto, que se ha intentado dar un protagonismo destacado a las tres naves centrales, las cuales, no lo olvidemos, se rematan a la altura del muro de la alquibla con otras tres cúpulas.

Al este de la Cúpula de Villaviciosa se halla la Capilla Real que se cubre con una cúpula similar a la anterior. Esta cúpula se ha fechado, tradicionalmente, en el siglo XIV, aunque el estudio detallado de ésta nos hizo considerar que su estructura era del X, ya que está realizada en piedra y muestra un diseño que no se volverá a ver en los siglos siguientes; en el siglo XIV lo que se hizo fue redecorarla con placas de yesería decorativa, que fueron allí clavadas en las juntas de unión de los sillares de piedra. Por otra parte existe la tradición antigua, que aparece reflejada en documentos del siglo XVII conservados en el archivo capitular de la catedral, que dice que en esta parte hubo tres cúpulas califales, de las que una desapareció al construirse la nave de la catedral medieval a finales del siglo XV.

Si tenemos todo esto en cuenta, parece que al menos existen datos suficientes como para poder plantear la hipótesis de que aquí hubo tres cúpulas. Lo extraño a simple vista es que las cúpulas laterales son más altas que la central. Conocemos un interesante ejemplo conservado en el Monasterio de las Huelgas de Burgos: en la entrada del oratorio de la Capilla de la Asunción, realizado en arte andalusí, de la Capilla de la Asunción, en su entrada, existen tres cúpulas, y casualmente las laterales presentan una altura mucho mayor respecto a la central.

Pensamos que en el caso cordobés se intentó plantear una especie de sutil fachada luminosa, o un arco del triunfo a modo de cortina de luz, que señalaba claramente el paso de la mezquita emiral de ‘Abd al-Rahman II a la califal de al-Hakam II. Tal vez esa fue la causa de que se instaurase en ese lugar la primera catedral medieval, ya que las tres cúpulas presentaban una disposición idónea de oeste a este para colocar allí una capilla mayor cristiana perfectamente orientada


El mihrab


La zona del mihrab es la más emblemática de la ampliación de al-Hakam II. Lógicamente dada su importancia simbólica debe ser la zona más rica de toda la mezquita. Desde este punto se dirige la oración y frente a él se dispone la macsura o lugar reservado al califa y su séquito. Además, junto al mihrab se encuentra la Sala del Tesoro o Bayt al-mal, la puerta del sabat o pasadizo que comunica con el alcázar califal y, por supuesto, el almimbar o púlpito desde el cual se realizará la jutba, o sermón del viernes, a la comunidad.


La fachada del mihrab y la cúpula que le precede al mihrab constituyen la parte más preciosa del edificio, ante la exuberancia ornamental que aquí se concentra, gracias al espectacular despliegue de mosaicos, cerámica, celosías, placas de mármol talladas con máxima exquisitez, pantallas de arcos entrecruzados, pinturas, etcétera. A esto hay que sumar la alternancia cromática de los soportes y la delicada talla de los elementos arquitectónicos (pilastras, capiteles, arcos, cornisas, impostas o molduras). En cuanto a los motivos más repetidos, están las bellas inscripciones, los motivos vegetales —más o menos naturalistas, más o menos abstractos—, así como las diferentes composiciones geométricas.

El gran arco de herradura que da acceso al mihrab apoya sobre cuatro columnas, provistas de sus basas y bellos capiteles, que pertenecieron al mihrab realizado en el siglo IX por ‘Abd al-Rahman II en su ampliación. Estas piezas fueron intencionadamente conservadas por al-Hakam II para ser después instaladas donde hoy se encuentran, de ahí su carácter desproporcionado respecto a todo el conjunto.

El mihrab propiamente dicho presenta planta heptagonal y se cubre por una bóveda octogonal de yeso que reproduce una gran concha. De nuevo debe señalarse la riqueza decorativa de este espacio, sus inscripciones, sus mármoles, etcétera.

Este recinto, que supera los tres metros tanto en profundidad como en anchura, es único por su tipología en la arquitectura conservada de los primeros siglos del arte islámico, pues ninguna de las importantes mezquitas de Damasco, Jerusalén o Qayrawan presentan un mihrab tan monumental como el cordobés (en todas ellas se reduce a un simple nicho). Gracias a las excavaciones realizadas por Félix Hernández, sabemos que la solución adoptada en la ampliación de al-Hakam II tuvo su precedente (en planta al menos) en el anterior mihrab de la Mezquita de Córdoba, aunque de menores dimensiones, realizado por ‘Abd al-Rahman II.

La macsura


Este espacio reservado al califa suele encontrarse junto al mihrab y el almimbar de la mezquita. Se trata de un elemento que no existía en la casa del Profeta en Medina. Fue introducido por los califas omeyas en Oriente hacia comienzos del siglo VIII y su función principal era aislar al soberano del resto de los fieles y protegerle de posibles atentados. Al principio era tan sólo un recinto de madera, pero a menudo encontramos que en esa parte de la mezquita, la más importante por situarse junto al mihrab y por estar asociada al príncipe, se construía una gran cúpula.


Según las crónicas árabes fue Muhammad I en el año 873 quien instaló la primera macsura en la Mezquita de Córdoba. Estaba hecha de madera y tenía tres puertas, una de ellas reservada al emir. La segunda macsura fue instalada en 966 por al-Hakam II en su ampliación. En este caso la macsura adquirió un carácter verdaderamente monumental. El espacio no sólo se delimitó con una celosía de maderas preciosas sino que, además, se construyeron unas pantallas arquitectónicas de arcos entrecruzados y tres cúpulas, situadas delante del mihrab, de la puerta del sabat y de la puerta de la Cámara del Tesoro.






La ornamentación más exuberante de la mezquita corresponde también a ese ámbito: la cúpula central, de arcos entrecruzados, está cubierta de mosaicos. Entre los motivos que la decoran, figura en su centro una esfera celeste, con estrellas y rayos luminosos, rodeada de ricos motivos vegetales que más parecen joyas y coronas. Se trata de una imagen simbólica del poder divino, cuyo representante en la Tierra es el califa.

Aunque el soberano cordobés podía acudir en cualquier momento a rezar a la mezquita aljama, lo más normal es que sólo lo hiciera para la plegaria principal de los viernes a mediodía. Llegaba acompañado de su séquito y de los altos dignatarios del Estado, visires, chambelanes y consejeros, así como de los cadíes, los jefes de la policía y el zalmedina o jefe de la ciudad. Todos ellos tenían acceso a la macsura para realizar la oración junto al emir o califa. Mientras duraba la oración las puertas quedaban cerradas y protegidas.




El tesoro
A la izquierda del mihrab se conserva una portada decorada con mosaicos que daba acceso antiguamente a la denominada Sala del Tesoro o Bayt al-mal. En ella se custodiaban diferentes objetos litúrgicos, candelas y otros utensilios referentes a la iluminación del edificio, así como el Corán que era utilizado durante la oración de los viernes. Las obras realizadas una vez que el edificio pasó a convertirse en catedral cristiana y la construcción de la Capilla de Santa Teresa desfiguraron, en gran medida, todo este espacio.


El nombre de «tesoro» se debe a que en origen en todas las mezquitas había un lugar donde se depositaban objetos valiosos y dineros procedentes de los hábices de la mezquita, donaciones y limosnas, que eran posteriormente utilizados en obras de caridad o en trabajos que afectaban al propio edificio. Dicho lugar no tenía que ser forzosamente una habitación, tal como ocurrió en la mezquita cordobesa, ya que en ocasiones se situaba en un templete elevado sobre columnas, colocado en medio del patio, como de hecho todavía puede contemplarse en la Mezquita Omeya de Damasco. El juez mayor o cadí era en teoría el responsable último que velaba por la utilización lícita de los bienes y dineros depositados en dicho tesoro.

La techumbre de la ampliación de al-Hakam II

«El techo de toda la Iglesia, siendo de madera y labrado y pintado de diversas maneras, tiene una riqueza increíble, como se ira entendiendo en lo siguiente. La madera es toda de alerce, y es como pino, mas muy oloroso, que solo lo hay en Berbería, y desde allá se truxo por la mar. Y las veces que han derribado algo de la iglesia para nuevos edificios ha valido muchos millares de ducados la madera del despojo, para hacer vihuelas y otras cosas delicadas.»


Estas palabras dejó por escrito el cronista Ambrosio de Morales en 1577 al contemplar la techumbre de la Mezquita-Catedral de Córdoba. Son muy elocuentes para que nos podamos hacer una idea de su magnífica riqueza y de cómo su madera era valorada e incluso vendida para la realización de instrumentos musicales.

Su antigüedad dificultó su conservación, y el paso de los años produjo su desaparición. En el siglo XVIII se desmontó la techumbre y se sustituyó por bóvedas barrocas de yeso, pero afortunadamente quedaron testigos de cómo era. En la segunda mitad del siglo XIX, el arquitecto diocesano Rafael de Luque y Lubián, primero, y el arquitecto Ricardo Velázquez Bosco, después, descubrieron varias vigas y tableros de los techos originales, algunos incluso con restos de policromía. Gracias a ello Velázquez Bosco, con gran minuciosidad y talento, tal como puede comprobarse en las memorias de restauración y preciosos dibujos que él mismo elaboró, pudo reconstruir parte de la techumbre a lo largo de las dos primeras décadas del siglo XX, lo que nos ha permitido volver a contemplar el ambiente omeya de la mezquita en todo su esplendor.

La decoración de las vigas y tableros presenta motivos vegetales —atauriques— y geométricos, así como de cintas o lazos que al entrecruzarse compartimentan toda la superficie creando bonitos y complejos ritmos. Aunque hoy contemplamos en muchas ocasiones los edificios antiguos de forma aséptica e incolora, no podemos olvidarnos del protagonismo alcanzado por los colores en la mezquita cordobesa, desplegados en sus columnas o mosaicos, y por supuesto en su techumbre donde encontramos trazos negros destacados sobre fondos rojos, así como la intensa utilización del oro, el azul o el verde.

La iluminación

Un espacio tan grande como la sala de oración lógicamente debía tener resuelto el problema de la iluminación. Durante el día la luz solar podría entrar en el edificio a través de las cúpulas, de las celosías de los muros y de los arcos de entrada, pero en cualquier caso debía ser insuficiente. Por ello era necesario recurrir a métodos artificiales, y más en los meses del año en que los días son más cortos, o durante las celebraciones nocturnas.

Según las noticias que nos remiten las crónicas, sabemos que había lámparas de diferentes tamaños en las que se disponían lamparillas de cristal con aceite. Lógicamente las más grandes estaban colocadas en la nave principal y en el entorno del mihrab; la araña mayor colgaba de la cúpula de la macsura. Junto a las lámparas también se hacía uso de velones y de cirios. Especial importancia tenía la iluminación durante el mes del ayuno o Ramadán, mes en el que aumentaban los gastos referidos a este tema, dada la relevancia que adquiría la mezquita, no sólo por el día sino también durante la noche.

En Córdoba hubo unas lámparas muy especiales, nos referimos a las campanas que fueron tomadas por Almanzor poco antes del mítico año 1000 en el santuario de Santiago de Compostela. Según nos dicen todas las fuentes medievales dichas campanas fueron llevadas a la Aljama de Córdoba, donde fueron utilizadas como grandes lámparas. Esta práctica fue común, ya que las campanas constituían uno de los botines más preciosos para los musulmanes, ante su carácter simbólico. Todavía hoy podemos ver algunos ejemplos en el Magreb, caso de la Mezquita al-Qarawiyyin de Fez en donde observamos cómo estos objetos cristianos están cuajados de pequeñas ampollas de cristal, donde se disponía el aceite y la mecha. Una vez que Córdoba fue conquistada por Fernando III, dichas campanas fueron devueltas al templo gallego.

Toda la fachada oriental de la mezquita quedó oculta por la nueva ampliación ordenada por Almanzor, realizada en esa dirección.

Almanzor

La muerte de al-Hakam II en 976, y la subida al trono de su hijo Hisham II, aún niño, hizo que su tutor Muhammad ibn Abi Amir, perteneciente a la esfera militar, tomase las riendas del poder. Terminó apartando al propio príncipe y acabó creando una verdadera dictadura militar, cargada de tintes populistas, en la que él mismo intentó emular a los califas. Así, imitando al gran ‘Abd al-Rahman III, fundó su propia ciudad, llamada Madina al-Zahira, en la parte oriental de Córdoba, y al igual que aquéllos decidió ampliar una vez más la mezquita aljama.

Sus grandes victorias sobre los cristianos y sus algaras en el norte de la península, saqueando ciudades tan importantes como Barcelona o Santiago de Compostela, hicieron que se le conociese con el apelativo de Almanzor, nombre que viene de la expresión árabe «al-Mansur bi-llah», es decir, ‘el victorioso de Dios’.

Murió en el año 1002 en la población soriana de Medinaceli por las heridas que recibió en la batalla de Calatañazor, según las crónicas cristianas. Tras su desaparición, el Califato de Córdoba quedó sumido en la agonía, lo que permitió que, a partir del año 1031 e incluso antes, los diferentes gobernantes de las provincias se declarasen independientes; esto supuso el final de dos siglos de gobierno omeya en la Península Ibérica y el nacimiento de los denominados reinos de Taifas, entre los que destacaron los de Zaragoza, Sevilla, Toledo, Granada, etcétera.

La gran población que alcanzó la ciudad de Córdoba a finales del siglo X hizo necesario que se iniciase una nueva ampliación del edificio, a pesar de que las obras de al-Hakam II se habían realizado pocas décadas antes.

Si hasta ahora lo normal fue derribar siempre el muro de alquibla para ampliar las once naves del templo hacia el sur, esta fórmula ya no era posible ante el desnivel del terreno y la cercanía del lecho del río Guadalquivir, por lo que fue necesario buscar otra solución; afortunadamente gracias a ello la gran obra de al-Hakam II se ha conservado. Hacia el lado occidental no podía crecer el edificio pues junto a la vía pública se hallaba el palacio califal y en su parte norte se encontraba el patio, por lo que finalmente sólo quedó la opción de aumentar el edificio hacia el este, a pesar de encontrarse allí casas y calles. Las fuentes escritas nos hablan de todo ello e incluso relatan preciosas anécdotas. Por ejemplo, entre las múltiples casas que hubo que expropiar, el cronista del siglo XII, Ibn Bashkuwal, haciéndose eco de la obra de Ibn Hayyan, relata cómo una señora se negó a dejar su vivienda hasta que se le diera otra que tuviese en su patio una palmera, al igual que la suya, condición a la que finalmente accedió Almanzor.

Las obras de ampliación tuvieron lugar a lo largo de la última década del siglo X y consistieron en añadir ocho naves al este de la sala de oración, en toda su longitud, así como en aumentar en igual anchura el patio. Aunque se trata de la etapa más amplia realizada en la mezquita aljama cordobesa, artísticamente no tiene un valor especial frente a los episodios constructivos anteriores, ya que técnicamente se repite el mismo tipo de arquerías. A diferencia de lo ocurrido en la gran obra de al-Hakam II, tampoco hubo aquí especial cuidado en introducir materiales ricos u otros detalles preciosistas.









La milagrosa conservación de la mezquita, y sus textos
«Habéis tomado algo único y lo habéis convertido en algo mundano.»

Con estas palabras legendarias, atribuidas según la tradición al emperador Carlos V en su supuesta visita a la Mezquita de Córdoba, al contemplar las obras que se estaban realizando en el interior del oratorio, hemos querido recordar la gran sensibilidad que existió desde antiguo por conservar el edificio musulmán tras la conquista de la ciudad por parte de los soldados cristianos de Fernando III, en el año de 1236.

Un nieto del propio San Fernando, don Juan Manuel, en sus famosos cuentos de El conde Lucanor, escritos hacia 1340 nos dice «entonçe, por que la mezquita de Córdoba non era acabada, annadio en·ella aquel rey [al-Hakam II] toda la labor que y menguava et acabóla. Esta es la mayor et más conplida et más noble mezquita que·los moros avían en Espanna...».

Pero al margen de la leyenda y la literatura, numerosos documentos de archivo nos muestran una imagen similar de gran sensibilidad por parte de los reyes, así como del cabildo y concejo de Córdoba por conservar la mezquita en su integridad, e incluso fue común el enfrentamiento entre los canónigos del cabildo catedralicio y los obispos, al querer los primeros preservar el edificio islámico frente a los proyectos constructivos de los segundos.

Los monarcas concedieron ya desde la Edad Media multitud de privilegios a favor de la conservación del edificio, e incluso en el siglo XIII los propios musulmanes de la ciudad fueron obligados a trabajar durante dos días al año, sin remuneración alguna, en las obras necesarias de restauración. A tal extremo llegaron las cosas que en el año de 1523 el concejo de Córdoba acordó:

«que se pregone públicamente que ningún alvañi, ni cantero, ni carpintero, ni peón, ni otra persona alguna no sean osados de tocar en la dicha obra, ni deshazer, ni labrar cosa alguna della fasta tanto que por Su Majestad sea mandado lo que más sea su seruicio so pena de muerte e de perdimiento de todos sus bienes... Esto porque la obra que se desfaze es de calidad que no se podrá boluer a fazer en la bondad e perfiçión questa fecha.»

Hoy al contemplar este magnífico monumento, cuyas partes más antiguas superan ya los doce siglos de historia, debemos recordar que su conservación hasta nuestros días no se ha debido solamente a la casualidad, ya que sin la sensibilidad y el esfuerzo de unos hombres que se adelantaron a su tiempo, jamás hubiera llegado el edificio hasta nosotros.

LA LEYENDA DEL ANGEL


Cuenta El Bayan al Mugrib de Ibn Idhari que era costumbre de guerra expropiar a los pueblos rendidos por capitulación la mitad de toda iglesia que poseían, tal y como ocurrió, por ejemplo, con la Iglesia de Damasco. Cuando conquistaron Córdoba, los musulmanes expropiaron a los mozárabes la mitad de la Iglesia Mayor (Kanisa Kabira) consagrada a San Vicente, transformando aquella mitad en Mezquita, quedando el resto en poder de los cristianos. Conforme se fue acrecentando el número de musulmanes de Al-Andalus, la mezquita resultó insuficiente por lo que Abd al Rahmán Ibn Mu´awiya, el Dajil (Inmigrado), convocó a los mozárabes cordobeses y les pidió la venta de la parte que poseían de la iglesia mencionada, remunerándoles por ello con una fuerte suma, permitiéndoles, además, la reedificación de las iglesias de las afueras de la ciudad que habían sido demolidas en tiempos de la conquista. Corría el 169 de la Hégira (14 de Julio de 785 d.J.) cuando se dieron comienzo a las obras de la que, con el tiempo, habría de ser la mayor mezquita de Occidente.

Así la mezquita aljama fue construida con la finalidad de dar cabida a la cada vez mayor población cordobesa. Sin embargo, la leyenda nos habla de otro motivo para la construcción de tan famoso templo. Es la leyenda del Ángel.

En el palacio de Al-Ruzafa, Abderrahman I dormía plácidamente. Suavemente, de forma apenas perceptible, su semblante se fue alterando sucesivamente. A veces se percibe una sonrisa en su rostro, otras, sin embargo, se contrae en gestos de espanto. Su respiración se agita. El demonio ha hecho presa de su espíritu y ante su vista desfilan los episodios sangrientos de su reinado. Le rodea un mar de sangre y que parece ahogarlo sumergiéndole en el abismo. Grita, pero nadie le socorre. Solo un eco burlón contesta a sus desesperados llamamientos. Parece que no hay salvación. De pronto se ve arrastrado por una multitud informe que le rodea y le arrastra al suplicio. Su poder ha desaparecido, su majestad no es más que una sombra. El insulto y la injuria se clavan en su alma. Siente como le arrastran, le golpean y le escupen, empujándole hasta la margen del río donde le aguardan dos palos cruzados trabados en forma de cruz.






Una ola de terror parece arrastrarle y entre una atroz agonía siente como unos clavos agudos se van introduciendo a golpe de martillo en las palmas de sus laceradas manos y en sus destrozados pies. Simultáneamente sus ojos espantados contemplan su propia cabeza clavada en una lanza, llevada por las calles de Córdoba y mostrada en los muros de su palacio como trofeo. ¿Cómo es posible aquello? ¡Él es el emir independiente, soberano absoluto, dueño de vidas y haciendas!

De repente un súbito resplandor le ciega. Una dulce voz, parece llamarlo:

-¡Emir-Al-Mumenin, Príncipe de los creyentes!.

Poco a poco abre sus ojos y ve ante él la esbelta figura de un ángel. El Emir sorprendido quiere levantarse pero no puede. Los clavos del tormento aun le sujetan y apenas puede mover sus descoyuntados brazos. Sin embargo un extraño bienestar parece invadirle mientras contempla absorto la celestial aparición.

¡Emir soberano de este imperio, que es en la tierra como un adelanto del paraíso que Dios reserva para los fieles! Alá te libró en Damasco de la rebelión de los abbasíes para que tu estirpe no sucumbiera, y te dio este trono con todo su poder y riqueza; su omnipotencia te amparó en los campos desolados cuando huías de tus inclementes enemigos y te acosaba el hambre, el hermetismo de las puertas que ante ti se cerraban y la amenaza del veneno se cernía siempre sobre la leche de camella con que te alimentabas. Hubieras sido festín de chacales en el desierto y eres tú un chacal que dispones a tu capricho de la existencia de los demás. ¿Qué hubieras hecho sin la ayuda de Dios? ¿Qué has dado tú, en cambio al Dios único, generoso y magnánimo? ¿Qué hiciste en penitencia para que el enojo divino no te entregue al demonio y a su encrespada turba de asesinos y verdugos? El poder se pierde en un momento, vana ilusión, que crece cuando crece la arrogancia. Devuélvele a Alá sus favores consagrándole una obra digna de su grandeza, contra la que nada puedan los siglos, que cante a perpetuidad la gloria infinita de Dios por la voz trémula de los creyentes y por la sorpresa de sus ojos frente a tan singular maravilla, asombro y orgullo de las generaciones venideras hasta el fin de los tiempos.

La noche avanza y la claridad del alba empieza a dibujarse en las celosías de los amplios ventanales. El emir se incorpora con trabajo. Mil ideas confusas se debaten en su cerebro, y los miembros le duelen de aturdimiento y cansancio. Poco a poco se recobra. Se asoma a la ventana y recibe el tonificante frescor de la mañana. Cruza las manos, extiende los brazos y musita una oración. Luego, erguido y gallardo, promete:

-¡Tal será la obra que te consagre, Dios único y legítimo, que el mundo todo le tendrá envidia y dominará a los vientos y vencerá a los días infinitos!

Tal vez sea solo una leyenda, una historia fruto de la fantasía de un poeta.... o tal vez no. La mezquita sigue asombrando al mundo y sigue siendo el corazón vivo de una ciudad que un día fue la joya más preciada. Una obra así, no cabe duda, solo pudo ser fruto de un sueño............